domingo, 16 de marzo de 2008

¡PERO YA!!!!!!


La Paciencia
por Henry Leguizamo

La capacidad que poseen algunas personas de fluir con los hechos, de no pelear con el reloj y esperar los imponderables en calma, es algo para imitar. Sin gastritis, insomnio o estrés. La premura es un vicio que mata.

Las personas pacientes no dejan que la incertidumbre los afecte, se entregan a las situaciones inmanejables con relativa facilidad y sin tantos reparos. Admitir que no se tiene el control absoluto y aceptar lo peor que pueda ocurrir, es uno de los rasgos más determinantes de la sabiduría.

La paciencia es reposo interior, tranquilidad del alma, mansedumbre sin afanes.

Por el contrario, la impaciencia es pariente directo de la ansiedad. No solamente sobrecarga la mente, sino que nos vuelve impulsivos y descontrolados. Si nos autobservamos con cuidado, veremos que una buena parte de los errores que cometemos a diario son generados por no saber esperar. Muchas veces, unos minutos más hubieran bastado para que la solución, por sola, se hiciera presente. Presionar los hechos no siempre es bueno. Es indiscutible que a veces hay que empujar para que las cosas se nos den, pero la gran mayoría de veces, es mejor hacerse a un lado y dejar que Dios se encargue de los detalles.

En oposición a los que ejercitan la paciencia como forma de vida, el impaciente quiere imponer su cadencia, su compás, su paso. Irrespeta el silencio, rompe neciamente las reglas cuando no hay que hacerlo y le hace pataleta a la vida. No soporta el “más tarde” o el “después”. Su existencia gira alrededor del “ya” y el imperativo de la inmediatez: un esclavo del tiempo. Es taquicárdico por naturaleza, acelerado por vocación y altamente tóxico para la conveniencia humana.

Mientras la persona impaciente sufre los rigores de una existencia agotadora y desgastante, la persona paciente se le recuesta a los ritmos naturales. Uno compite con el azar y el otro le sonríe al destino.

La paciencia es un fruto del cual nos quiere llenar el Espíritu Santo, para que vivamos con ella (Gálatas 5: 22).

Uno puede ver niños bonachones, que duermen todo el día, lloran poco y reaccionan tranquilamente ante la frustración. Otros son gritones, poco dormilones y altamente exigentes. Por otra parte, un número considerable de ancianos adquieren con la edad la fortaleza de la conformidad inteligente. Ya no se ponen a batallar con las probabilidades, ya no buscan la certeza, ya no tratan de eliminar testarudamente la incertidumbre. Los retrasos y los aplazamientos son vistos como una oportunidad para el descanso. Hay una cierta calma que otorgan las arrugas, una mirada traviesa de liberación que suele acompañar a las abuelas y a los abuelos. Han hecho de la paciencia su compañía.

Aceptar el fenómeno de esperar es una virtud difícil de cultivar, porque implica reconocer las propias limitaciones y bajar la cabeza. Significa dejarse llevar por las circunstancia y hacer las paces con la necesidad de control. Es aprender a estar quieto en primera base. Y afrontar las prórrogas sin el desespero de lo inminente.

Tenga presente que si solamente se dedicara a esperar un poco más de lo que está acostumbrado, quizás las cosas podrían resultar mejor. No que se vuelva un “esperador” crónico, anclado y pasivo, sino que si tan sólo estirara la permanencia unos segundos, descubriría que en realidad no es tan grave ceder espacio y adquirir paciencia.

Cuando hay momentos difíciles, Dios nos anima y nos dice:

¡La paciencia crece mejor cuando el camino es escabroso! ¡Déjenla crecer! ¡No huyan ni se atemoricen por las dificultades! Porqué cuando la paciencia
alcanza su máximo desarrollo,
uno queda firme de carácter, perfecto, cabal, capaz de afrontar cualquier circunstancia.
(Santiago 1: 2-4) B. al día

CON PACIENCIA
ESPERÉ EN DIOS,

Y ÉL ME AYUDO

(Salmos 40: 1-3)

por Henry Leguizamo

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