viernes, 20 de febrero de 2009

LOS SUEÑOS...

La raíz latina de la palabra ilusión es “Luderi” que significa “Lúdico”. Tener ilusiones no es otra cosa que poner la vida entre paréntesis y corretear por los sueños. El descubrimiento es maravilloso: ilusionarse es futuro. Si el “aquí y el ahora “es la condición para transcender, la ilusión es el motor de la consciencia humana. Los animales no tienen ilusiones, no sueñan despiertos, solo sueñan dormidos. No hay imaginarios porque no hay quien imagine. No hay significado.

Nosotros no hacemos otra cosa que construir significados. Somos especialistas en otorgarle sentido a las cosas. Los soñadores tiene claro que la vida tiene propósitos y cada persona le da sentido a ellos y quizás en el fondo, la vida no sea otra cosa que eso: remontarse con la imaginación y fabricar llegadas, aunque no hallamos partido. Volar hacia mil historias sin fin, con finales creados a imagen y semejanza del soñador.

La mente es un juguete y soñar es el juego por excelencia. No hablo de la esperanza pueril e irracional del iluso. El iluso es un jugador compulsivo que confunde la fantasía con lo real. Es esclavo de lo virtual, un rehén de la informática biológica. Me refiero a la capacidad de automotivarse y desarticular las contingencias, acabar con los refuerzos y minimizar los castigos. Hablo de alejarse del control externo y desplegar las alas del más descarado anhelo. Hay gente que carece de ficción y no comprende lo metafórico. Se los puede ver con los pies clavados en la tierra, ajustados al reloj inmodificable de lo simple. Silenciosos, elementales como una sombra e incrustados en un pragmatismo insoportable. La capacidad de visualizar acontecimientos fuera del alcance de la visón normal los marea y la fantasía los agobia.

Sin embargo, nadie se salva de las Ilusiones. Tarde que temprano ellas llegan sin aviso, arremeten desde adentro y vuelven añicos la melancolía taciturna de la siesta. Aunque hagamos repulsa, ellas nos obligan a sonreír. Ellas dibujan la expresión sutil, inconfundible, de los que se han atrevido a saltar al otro lado de la realidad. Las quimeras son la savia de la vida, la motivación fundamental que nos mantiene de pie cuando ya hace rato deberíamos haber caído.

Las ilusiones son nuestra. Nos pertenecen, son intocables, irrevocables, irremediablemente expansivas, intransferibles y acompasadas con nuestros deseos más íntimos. Desear es Ilusionarse. No sabemos hasta dónde podemos eliminar realmente el deseo y la mayoría de personas que lo intentan entran en la contradicción de desear no desear. Pero la pregunta es: si en verdad pudiéramos hacerlo. ¿Eliminarías las ilusiones de tu vida? ¿O será que es imposible no ilusionarse alguna vez? La mente es un péndulo que se mueve entre el pasado y el futuro y pasa por el presente sólo por instantes fugaces, casi con misterio, de asombro, o mejor, de susto filosófico. Me pregunto si las ilusiones no son también parte de la razón de estar vivos y si ellas no esconden, de alguna manera, el destello de la sabiduría que tanto anhelamos. ¿No será que vinimos al planeta a soñar sin bostezar? ¿A ser parte de la construcción de propósitos grandes? ¿No será que vinimos a compartir un sueño común que aún no comprendemos? No puedo evitar referirme a un hombre llamado José que soñó en que seria una persona de gran importancia y aun reinaría sobre sus hermanos mayores. Y con el desagrado de toda su familia, llego a ser puesto en lugares de preeminencia y gobernó conforme fueron sus sueños. (Génesis 37:3-11)-(Génesis 41: 39-46) fueron años de luchas y sufrimientos, pero llego a la realización de esos sueños.

Quizás sea tu caso. No desmayes, continúa luchando, afirmando y proyectándote en tus ilusiones, pronto veras que no fue en vano soñar.

lunes, 2 de febrero de 2009

TIEMPO....

Nuestra cultura tecnológica anda a la velocidad de la informática. Podemos estar en varios lugares al mismo tiempo y sin demasiado esfuerzo. El espacio se achicó y ya nada esta lejos.

Por desgracia, la relación tiempo-espacio se ha convertido en artículo de consumo. Compramos velocidad. Nos gusta la rapidez para todo, incluso para lo que no se necesita. Corremos en vez de caminar, miramos a la ligera en vez de observar, deglutimos en vez de comer. Nos olvidamos de los encantos de la lentitud discriminada (la lentitud indiscriminada puede resultar muy peligrosa porque los indolentes crónicos son peores que los acelerados). ¿Donde quedaron la siesta improductiva, la caminada después de la cena para “vitrinear”? Ya no damos la vuelta a la manzana para matar amistosamente el tiempo. ¡Que se iban a imaginar nuestros ancestros esta actualidad alborotada! No tenemos un momento para el paisaje ni amplitud para imaginarlo.

El cerebro humano requiere de cierta modorra cognitiva para tomar conciencia de las cosas. La mayoría de las actividades de crecimiento interior necesitan pausas y rincones apacibles donde la autoobservación pueda darse. Nadie hace contacto adecuado con su propio yo a la carreras. En la quietud, no solamente nos observamos, sino que también podemos mirar al otro. Es decir, la comunicación respetable necesita de un interlocutor sosegado y dispuesto. No es lo mismo hablar por el celular tratando de esquivar automóviles, que hablar de un teléfono fijo, tirado en la cama y literalmente rascándose el ombligo.

Los antiguos se acercaron a algo especial gracias a su espíritu contemplativo. No se compraba tiempo, se regalaba. Desde muy pequeños, los niños deben pelear contar el reloj y ganarle a las manecillas. Hay investigaciones que muestran cómo muchos de los estudiantes aceptados y mejor evaluados son los que poseen urgencias de tiempo: prestos, listos, afanosos, atareados, acelerados, veloces, activos, ansiosos y competitivos. No estoy diciendo que el letargo y la pereza sean virtudes, sino que la avidez por la velocidad puede alejarnos de aquellas cosas que son para degustar, especialmente, en cámara lenta.

Sin dejar aun lado la eficiencia imprescindible de nuestro mundo laboral y las responsabilidades asumidas, hagamos una huelga a la velocidad y al apuro en que nos tiene sumidos la cultura Flash. Hablemos más despacio, caminemos despacio, abracemos en calma, demorémonos en la risa, estiremos más las comisuras que enmarcan la sonrisa, mantengamos el apretón de manos un rato más de lo usual, no bajemos la mirada tan rápido, no interrumpamos al que habla, dejemos que la lluvia de la ducha fermente en la piel y cantemos mas pausado. No busquemos la utilidad productiva en cada acto de nuestras vidas.
Arranquemos el tic tac de nuestra mente y nuestros corazones. Desgoncémonos, aflojemos la musculatura de la alerta permanente, adoptemos, así sea de vez en cuando, aquella “bella indiferencia” de los que están en vacaciones, mirando el mar, con un “coco loco” a medio terminar y los pies hundidos en la arena. Desde hoy practiquemos la resistencia pasiva y prediquemos el regreso a lo añejo. En el escaso tiempo libre que nos queda, declarémonos en operación tortuga. ¡No permitamos que en la vida privada nos quiten el derecho a ser lentos… (No holgazanes).
Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo… Dios hizo todo hermoso en su momento, y puso en la mente humana el sentido del tiempo, aun cuando el hombre no alcanza a comprender la obra que Dios realiza de principio a fin. Yo sé que nada hay mejor para el hombre que alegrarse y hacer el bien mientras viva…. (Eclesiastés 3: 1-15)