lunes, 2 de febrero de 2009

TIEMPO....

Nuestra cultura tecnológica anda a la velocidad de la informática. Podemos estar en varios lugares al mismo tiempo y sin demasiado esfuerzo. El espacio se achicó y ya nada esta lejos.

Por desgracia, la relación tiempo-espacio se ha convertido en artículo de consumo. Compramos velocidad. Nos gusta la rapidez para todo, incluso para lo que no se necesita. Corremos en vez de caminar, miramos a la ligera en vez de observar, deglutimos en vez de comer. Nos olvidamos de los encantos de la lentitud discriminada (la lentitud indiscriminada puede resultar muy peligrosa porque los indolentes crónicos son peores que los acelerados). ¿Donde quedaron la siesta improductiva, la caminada después de la cena para “vitrinear”? Ya no damos la vuelta a la manzana para matar amistosamente el tiempo. ¡Que se iban a imaginar nuestros ancestros esta actualidad alborotada! No tenemos un momento para el paisaje ni amplitud para imaginarlo.

El cerebro humano requiere de cierta modorra cognitiva para tomar conciencia de las cosas. La mayoría de las actividades de crecimiento interior necesitan pausas y rincones apacibles donde la autoobservación pueda darse. Nadie hace contacto adecuado con su propio yo a la carreras. En la quietud, no solamente nos observamos, sino que también podemos mirar al otro. Es decir, la comunicación respetable necesita de un interlocutor sosegado y dispuesto. No es lo mismo hablar por el celular tratando de esquivar automóviles, que hablar de un teléfono fijo, tirado en la cama y literalmente rascándose el ombligo.

Los antiguos se acercaron a algo especial gracias a su espíritu contemplativo. No se compraba tiempo, se regalaba. Desde muy pequeños, los niños deben pelear contar el reloj y ganarle a las manecillas. Hay investigaciones que muestran cómo muchos de los estudiantes aceptados y mejor evaluados son los que poseen urgencias de tiempo: prestos, listos, afanosos, atareados, acelerados, veloces, activos, ansiosos y competitivos. No estoy diciendo que el letargo y la pereza sean virtudes, sino que la avidez por la velocidad puede alejarnos de aquellas cosas que son para degustar, especialmente, en cámara lenta.

Sin dejar aun lado la eficiencia imprescindible de nuestro mundo laboral y las responsabilidades asumidas, hagamos una huelga a la velocidad y al apuro en que nos tiene sumidos la cultura Flash. Hablemos más despacio, caminemos despacio, abracemos en calma, demorémonos en la risa, estiremos más las comisuras que enmarcan la sonrisa, mantengamos el apretón de manos un rato más de lo usual, no bajemos la mirada tan rápido, no interrumpamos al que habla, dejemos que la lluvia de la ducha fermente en la piel y cantemos mas pausado. No busquemos la utilidad productiva en cada acto de nuestras vidas.
Arranquemos el tic tac de nuestra mente y nuestros corazones. Desgoncémonos, aflojemos la musculatura de la alerta permanente, adoptemos, así sea de vez en cuando, aquella “bella indiferencia” de los que están en vacaciones, mirando el mar, con un “coco loco” a medio terminar y los pies hundidos en la arena. Desde hoy practiquemos la resistencia pasiva y prediquemos el regreso a lo añejo. En el escaso tiempo libre que nos queda, declarémonos en operación tortuga. ¡No permitamos que en la vida privada nos quiten el derecho a ser lentos… (No holgazanes).
Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo… Dios hizo todo hermoso en su momento, y puso en la mente humana el sentido del tiempo, aun cuando el hombre no alcanza a comprender la obra que Dios realiza de principio a fin. Yo sé que nada hay mejor para el hombre que alegrarse y hacer el bien mientras viva…. (Eclesiastés 3: 1-15)

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