sábado, 25 de septiembre de 2010

MOMENTOS CRITICOS...

La vida es una experiencia y hay que aprender de ella en cada paso.
En el camino suele haber días tan dulces y días tan tristes, pero en esto me pregunto, qué sería de mi si no conociera la tristeza, el dolor, no lo sé, simplemente he dado respuesta a esto con más preguntas.

Dentro del camino suelen tener la compañía o la presencia en algunos momentos, pero también puede reinar la soledad. Puedes observar las huellas que han quedado impregnadas dentro de tu camino y puedes darte cuenta de lo que en realidad necesita tu vida.

Dentro de este camino hay espinas que nunca salen de tu interior, hay estrellas que suelen señalar, pero quizás nunca llegues a palpar su calor. Hay momentos que rebasas tu felicidad y momentos en agonías en tu dolor, pero la vida es un subir y bajar de emociones, es una vida peligrosa pero a la vez suele ser hermosa.

El ser no es más grande por su tamaño si no por la fuerza que se encuentra en su interior: ¿Qué pasaría con las ilusiones y con los logros si entre ellos no existe un esfuerzo? ¿Qué pasaría con caer y no levantarse? No podríamos conocer el éxito, hay personas que luchan y consiguen llegar a la meta sin limitarse en ella, sino seguir más adelante.

En el camino en algunos momentos es necesario mirar hacia atrás, pero no es necesario retroceder, es necesario escuchar el silencio, tal vez del silencio escuches algo más profundo de lo que escucharás en la turbulencia, trata de observar a tu alrededor; cada uno tiene un universo diferente, tal vez inexplorado o sin descubrir, tal vez tu sólo estés soñando, y yo sólo sea parte de tu sueño.

La Vida es un proceso que hacer germinar dentro de nuestro corazón las semillas de la Esperanza, la Fe y El Amor. Nunca exterminemos esas semillas, por el simple hecho que no entendamos los momentos críticos de la Vida.


¿Quién es el hombre que desea vida, que desea muchos días para ver el bien? Salmo 34:12.

Porque en ti está la fuente de la vida, y en tu luz podemos ver la luz. Salmo 36:9.

jueves, 16 de septiembre de 2010

LA SORPRESA



El anciano ingresó lentamente en el restaurante. Con la cabeza inclinada y los hombros inclinados hacia delante, se apoyaba en su confiable bastón con cada pisada lenta.

Su desaliñado abrigo de tela, pantalones parchados, zapatos desgastados, y cálida personalidad le hacían sobresalir en medio de la acostumbrada multitud de quienes desayunaban el sábado en la mañana. Inolvidables eran sus pálidos ojos azules que centelleaban como diamantes, grandes y rosadas mejillas, y labios delgados mantenidos en una cerrada y firme sonrisa.

Se detuvo, volteó todo su cuerpo y guiñó el ojo a una niñita sentada junto a la puerta. Ella le devolvió una gran sonrisa. Una joven mesera llamada María le vio dirigirse hacia la mesa junto a la ventana. María corrió hacia él y le dijo: “Aquí, Señor. Permítame ayudarle con esa silla”.

Sin decir palabra, él sonrió y agradeció con la cabeza. Ella alejó la silla de la mesa y, afirmándolo con un brazo, le ayudó a colocarse frente a la silla y a sentarse cómodamente. Entonces, ella le acercó la mesa y colocó su bastón contra ella donde él pudiese alcanzarla.
Con una suave y clara voz, él dijo: “Gracias, Señorita. Y que Dios la bendiga por su bondadoso gesto”. “Gracias, Señor”, contestó ella. “Y mi nombre es María. Vuelvo en un momento y, si necesita algo entretanto, ¡tan sólo hágame señas!”

Tras de terminar su generosa porción de panqueques, tocino y té de limón caliente, María le trajo el cambio de su cuenta. Él la dejó en la mesa. Ella lo ayudó a levantarse de su silla y de detrás de la mesa, le dio su bastón y le acompañó a la puerta principal. Manteniendo la puerta abierta para él, ella le dijo: “¡Le esperamos de vuelta, Señor!” Se volteó con todo su cuerpo, gesticuló una sonrisa y cabeceó agradecido. “Ud. es muy bondadosa”, dijo suavemente.

Cuando María fue a limpiar su mesa, casi se desmayó. Debajo de su plato, ella halló una tarjeta de presentación con una notita escrita en una servilleta. Bajo la servilleta había un billete de cien dólares. La nota en la servilleta decía: “Querida María, la respeto mucho y Ud. se respeta a sí misma también. Es evidente por la manera en que trata a los demás. Ud. ha hallado el secreto de la felicidad. Sus gestos bondadosos brillarán a través de los que le conozcan”.

El hombre que ella había atendido era el dueño del restaurante en el que laboraba. Esta fue la primera vez que ella o alguno de sus empleados lo habían visto en persona.

No sabemos con quién podemos encontrarnos. Una sorpresa podría esperarnos. Demos hoy una sonrisa porque la sorpresa te espera en la esquina.


Bienaventurados los que guardan sus testimonios, Y con todo el corazón le buscan. Salmo 119:12

Ahora, pues, hijos, oídme, Y bienaventurados los que guardan mis caminos. Proverbios 8:32