Entre la adición y la vagancia indolente, hay un punto medio, sano u recomendable. Como dice el refrán: “Hay que trabajar para vivir y no vivir para trabajar”. Es decir, cuando dejamos de producir compulsivamente, aparece el tiempo libre. Espacios vacíos, momentos prolongados y lugares comunes donde la obligación no existe y el esparcimiento prospera.
El ocio bien manejado es posibilidad de distracción y entretenimiento del espíritu. Es dejar que la mente comience a liberar creatividad en estado puro y dar rienda suelta a “el aquí y el ahora”. Cuando desocupamos la base de datos de nuestro atiborrado cerebro, de pronto, el futuro comienza a desvanecerse y el pasado deja de molestar. No hay nada más maravilloso que la inercia de un reposo “improductivo” y descarado.
Pero “no hacer nada”, así sea de vez en cuando, nos hace sentir culpables. Si no sufrimos de hiperactividad, somos perezosos y holgazanes. No importa que trabajemos como mula toda la semana, la inacción y el reposo son vistos como “perdida de tiempo”.Queremos obtener beneficios hasta cuando soñamos. Mas aún conozco gente que cuando duerme “mas de la cuenta” en un día feriado, se levanta angustiada y presentando disculpas: “Dios mío, dormí demasiado”.
No estamos acostumbrados a mirar por mirar o a estar por estar. Los resultados y las metas pesan más que el proceso. La estación a la cual hay que llegar es más importante que solo vivir corriendo. El ocio bien administrado, o sea, los ataques de pereza adecuadamente autorregulados, brindan, muchas ventajas.
El stop y el “alto en el camino” permiten recuperar energía. Un domingo en piyamas, sin bañarse, con el periódico debajo del brazo (aunque no lo leamos) y sin hacer otra cosa que lo que nos venga en gana, puede resultar mas beneficioso que ir donde el terapeuta o consejero. Otra ventaja es cuando nos desprendemos de las exigencias externas, esa quietud hace que la mente se mire a si misma; la atención se focaliza hacia adentro. Casi no tenemos tiempo para nosotros. En otras palabras, brotes esporádicos de holgazanería fomentan la introspección y la posibilidad de incrementar la autoobservación. Finalmente, el ocio brinda la oportunidad de redescubrir lo que nos rodea y nunca vemos, porque siempre estamos de afán. Algunos papás “descubren” a sus hijos en las vacaciones. Al serenar nuestro impulso por obtener cosas, la calma nos permite hacer contacto con el entorno inmediato del que formamos parte.
No estoy defendiendo la vagabundería, “La locha”, la pereza crónica o la desidia. Lo que estoy atacando es el apego a mantenerse ocupado las veinticuatro horas. A lo que llamo la atención es al ansia de una actividad descontrolada que desborda nuestra capacidad de recuperación y disfrute. La mala costumbre del “corre-corre”.
El ocio no parece ser la madre de todos los vicios. Hay algunos, como la codicia y la búsqueda desenfrenada de prestigio, poder y posición, cuya procedencia hay que buscarla en otra parte. El derecho al descanso, al respiro y al desahogo, son necesarios. Cuando la pereza está bien administrada, el ocio pasa a ser una virtud saludable.
Seis días trabajarás, mas en el séptimo día descansarás; aun en el tiempo de arar y de segar, descansarás.
(Exodo 34:21)
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