miércoles, 6 de agosto de 2008

LIBERTAD !!!!!

El peor mal de los humanos es la pereza. La comodidad es muy peligrosa, porque además de oxidarnos, nos lleva a recostarnos. Algunas personas andan toda su vida buscando un mecenas, alguien que los cargue y los descargue. Un superior que los dirija y les diga que hacer. Un modelo a seguir.

Cuando nos sentimos realmente libres, un insoportable “yo-yo” comienza a desestabilizarnos. Ser autónomo, de alguna manera, es como dar un salto al vacío, donde no sabemos con certeza en que punto quedo el fondo. Soltarse de las fuentes de seguridad y bastarse a sí mismo. Libre para decidir, para andar cualquier camino, para ser responsable, para cambiar de opinión, para luchar o para abdicar. Libertad para ser lo que quiero…Eso atemoriza demasiado.

La autonomía es soberanía personal. Surge de una mezcla equilibrada entre independencia y seguridad en las propias capacidades. Para muchos es la virtud por excelencia, pero difícil de manejar. Si nos excedemos somos libertinos o insensatos, y si la reprimimos, estamos abonando una personalidad débil y dependiente.

La autonomía equilibrada no es correr a la loca por cualquier sitio, sino saber apuntar. Es asumir que soy responsable de mi propio comportamiento y que debo hacerme cargo de las consecuencias del mismo. Ser autónomo es escuchar sin rendir pleitesía, y acceder por convicción, no por temor. Es ejercer el derecho a llegar a mis propias conclusiones y a equivocarme. Es adueñarme de mi mismo sin enclaustrarme en paradigmas sin sentido o en algún dogma mal entendido. La libertad nos mueve el piso. Nos coloca cara a cara con lo que somos, con las limitaciones y bondades. El que ejerce la autonomía mental sabe que, llegado el caso, no tiene a quien echarle la culpa.

Los libres pensadores producen escozor. Siempre dicen lo que nadie quiere oír y son difíciles de domesticar. Incomodan a los autoritarios y son un pésimo ejemplo para los seguidores. El libre pensador se atiene a su convencimiento sin desconocer los otros argumentos, porque sabe que el pensamiento no ocurre en el vacío. La autonomía no es insensibilidad o autosuficiencia narcisista, sino autoestima bien dosificada; “Creo en mí”.

Muy pocas veces enseñamos el valor de la libertad, porque tememos que los pequeños se excedan. Sin embargo, podríamos hacerlo con cuidado. No niego que otros valores como responsabilidad, felicidad, solidaridad, altruismo, amistad laboriosidad, justicia, y demás, sean fundamentales para lograr una buena salud mental y física; pero tampoco desconozco que hay otras cualidades humanas que son tan importantes como las anteriores y que las equilibran. Por ejemplo, la perseverancia se vuelve peligrosa sino se sabe perder, el optimismo puede acercarse a la manía sin una buena dosis de realismo, y la obediencia requiere de bastante autonomía para no caer en la sumisión, en el caso de someterse a hacer cosas indebidas. Cada valor tiene su contraparte, la excepción a la regla y su nivelación natural.

Sin autonomía nos convertimos en zombies, seres mecánicos que se mueven por simples reflejos condicionados, sombras platónicas, entes subordinados al estimulo/respuesta.

Es que no puede haber autorrealización sin la experiencia vital de sentirse libre. Cuando logro emanciparme sanamente de la opinión de otros, del chisme, de la aprobación, del miedo al ridículo o de la crítica insustancial, descubro la enorme fuerza que radica en mí. Cuando nos aventuramos a desarrollar nuestra esencia asumiendo valientemente las consecuencias, algo maravilloso se abre ante nosotros: el don de la inteligencia, y de entender que soy totalmente responsable de manejar una libertad para mí bien y no un libertinaje para mí mal.


Como libres, pero no
como los que tienen la libertad
como pretexto
para hacer lo malo,
sino como siervos de Dios.

1 Pedro 2:16

por Henry Leguizamo


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