miércoles, 13 de agosto de 2008

LA DEBILIDAD!!!!


Cuando una persona se mueve en un estilo afectivo que es dependiente y débil, su necesidad no es la de ser amado, como sucede en otros estilos de afectos; Sino la de ser protegida. La clave de su personalidad es “Soy débil” y “Necesito alguien mas fuerte a mi lado en quien pueda confiar”.

La motivación es buscar a alguien quien los cuide y los defienda. Su manera de vincularse es infantil e inmadura, además de interesada. En su interior creen sinceramente que aman a su pareja, pero en realidad lo que demandan es seguridad. Jamás amarían a una persona más débil, porque lo que pretenden obtener del intercambio afectivo es la fortaleza del guardián.

El objetivo principal es mantener la relación a toda costa y pese a cualquier circunstancia para evitar sentirse desvalidos. Puede mostrarse como especialmente complacientes, amables y “con gran capacidad de entrega”, pero esta actitud, supuestamente amorosa, esconde subordinación y dependencia. Se debe adular y cuidar al amo para que no los deje.

Lo que sostiene la relación es el miedo a enfrentar el mundo de manera solitaria. Creer que la pareja es mas fuerte y competente va generando, con el tiempo, cierta veneración y la convicción esclavista de que el cónyuge es más importante que ellos.

Una cosa es necesitar a alguien, y otra, amarle. Las personas que se sienten frágiles confunden el amor con el temor a la soledad: Pero no es soledad afectiva (“necesito que me quieran”), sino incapacidad de sobrevivir sin apoyo. Miedo a vivir. Terror de tener que afrontar una realidad impredecible y potencialmente peligrosa. Algo similar a eso que le ocurre al niño que despierta solo en su cuarto y, presa de pánico, llama a su madre o a su padre para que se hagan cargo de él. Y suele suceder que el origen de este modo asustadizo y enclenque de amar debe buscarse en los aprendizajes tempranos y no en la genética. La causa parece ser más social que biológica.

Unos padres sobreprotectores y extremadamente aprensivos le impedirán al niño explorar cómodamente su medio. No dejaran que el principio natural del ensayo y error actúe. Pensaran por él y harán las veces de improvisados oráculos. Verán peligros donde no los hay y alertarán innecesariamente al menor. Como pájaros de mal agüero señalaran y anticiparan constantemente los riesgos eventuales.

Es apenas natural que ante semejante panorama, los pequeños lleguen a ciertas conclusiones respecto a sus posibilidades de supervivencia; “El mundo es terriblemente dañino”. “Si me cuidan tanto, debe ser porque no es recomendable estar solo” o “No tienen confianza en mí”. Cuando estos mensajes llegan a la base de datos y se afianzan, aparecen los paradigmas. Y es en ese punto donde se configura un semblante erróneo del amor. Es aquí cuando el desamor se confunde con el desamparo, y los aspectos calidos y amables se revuelven con la sensación de ayuda y sostén. Quizás exista un código genético desconocido que durante la infancia mezcle cariño y salvaguardia. No obstante, en la vida adulta, decir “te quiero” no es lo mismo que pedir auxilio (aunque a veces se parezcan).

Decimos autoeficacia a la confianza básica de poder alcanzar exitosamente las metas, pero no de manera omnipotente. Todos esperamos que la persona amada esté ahí cuando la necesitemos. Un hombro en el cual reposar nunca está de más y es un complemento importante, yo diría imprescindible, del vínculo afectivo. Pero “hacerse cargo” del otro o “adoptar” la pareja, ya no es cuestión de amor, sino de beneficencia.


La persona que ama no tiene miedo.
Donde hay amor no hay temor.
Al contrario, el verdadero amor
quita el miedo…….
(1Juan4:18)BSL

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