miércoles, 20 de febrero de 2008

LA INDIFERENCIA



NO A LA INDIFERENCIA


Abrazar, rascar, coger la mano, sobar, besar, apoyarse, recostarse y ser. Cargar, rozar, masajear y tocar, entre otras muchas formas de entrar en el territorio ajeno, es asegurarse de que seguimos siendo humanos. No hay mayor placer



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No importa lo que digan los enemigos de la unión física, la mejor manera de estar bien e incluso sobrevivir, es contar con la seguridad afectiva de algún humano disponible. Todos requieren del contacto físico y del afecto. Hasta el más macho de los machos necesita que alguien lo espulgué, lo cobije con cuidado y le dé arrumacos con amor.



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Cuando una persona “ choca” amable y suavemente con otro ser igualmente receptivo, se produce una paz natural. El beneplácito y un “bienvenido a casa”. A la larga o la corta, todos buscamos volver a ser “ uno ” con los demás; Palabras que nos recuerda la oración del Señor Jesús cuando decía:

Padre santo, a los que me has dado, guárdalos
en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros,.
Para que todos sean uno; como tú OH Padre, en mí
y yo en ti que ellos sean uno en nosotros..
(San Juan 17: 11. 21).


Por eso tenemos esa necesidad , de que nos contemplen y nos hagan seguir hacia adentro. Aunque compremos pieles, telas o casas con qué cubrirnos, no soportamos la inclemencia de la frialdad. La intemperie duele. La ausencia de afecto nos produce una sensación de vacío y duda.

“¿Seré querible?”. Todos, así sea de vez en cuando, deseamos un abrazote. Un apretón que nos junte el corazón con el esternón hasta que el deleite nos asfixie. En ciertas ocasiones un agarrón suave y sostenido, no es otra cosa que un masaje a la estima. Una señal de que todo está bien.



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La contigüidad amorosa de otra persona nos hace participes de la vida y crea inmunidad. Nos hace fuertes. Es tan importante alimentar ese lazo de la afectividad , de dar ese estimulo de amor en todo momento en los buenos y porque no en los difíciles de entender. Algunas veces una acalorada discusión de pareja puede terminar , si solo sin egoísmo nos acercamos y damos un abrazo lleno de amor. Hay que dar para recibir.




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Hay gente que le teme a las caricias. Una palmada cargada de ternura es para ellos como un ladrillo en la cabeza. Se sacuden, se limpian.
La proximidad infecta, o en el mejor de los casos, conlleva gérmenes. Una persona así , no solamente es difícil de amar, sino que además se convierte en un pésimo ejemplo.

Cuando los padres son fríos, distantes e indiferentes con sus hijos , puede aparecer la depresión en los niños. Ellos lo resienten porque vinieron al mundo preparados para meterse en los otros, trepar humanos y enredarse con las personas de su entorno. Educar no es solamente implantar normas con firmeza de un auditor o enseñar valores moralistas, sino también y principalmente dar rienda suelta a la ternura y contagiarles de ella.


Un consejo maravilloso que Dios nos deja en su palabra , nos insta como padres:


No estén siempre
regañando y castigando

a sus hijos, con lo cual pueden provocar
en ellos ira y resentimiento.

Más bien críenlos en amorosa disciplina, mediante
sugerencias y consejos piadosos.
(Efesios 6:4)



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Cada vez que abrazamos a un niño, cada vez que lo ceñimos a nuestro cuerpo por unos instantes, sin importar sexo o edad y sin más motivo que el sentimiento que nos embarga, algo indescriptible ocurre en la relación.

Un contacto físico “ por sí” espontáneo, expresivo, juguetón es crear en el pequeño una base segura. La confirmación táctil de que más allá del regaño, el mal genio de los adultos, hay un amor cierto y presente que no necesita verbalizarse ni ponerse a prueba.


Todos hemos sido hechos con la necesidad de amar y ser amados;


Amados, pongamos en practica el amor mutuo,
porque el amor es de Dios. Todo el que ama
y es bondadoso da prueba de ser hijo de Dios
y de conocerlo bien. (1 Juan 4: 7)


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SIEMBRA AMOR,
COSECHARÁS AMOR.

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