Para ciertos enamorados (por lo general más mujeres que hombres) mantenerse en los terrenos de la fidelidad es relativamente fácil, porque no se construye conceptualmente, sino que se siente. Cuando aman, la puerta se cierra automáticamente. Independiente de lo piensen, el afecto lo llevan de la mano a un bloqueo bioquímico-afectivo incompatible con cualquier nuevo invasor: “Si amo a alguien, nadie puede entrar”. No implica análisis racional, ética avanzada, moral trascendental ni nada por estilo, Simplemente, el organismo no soporta la redundancia afectiva.
Estas personas no requieren de las técnicas modernas del autocontrol. El don de la rectitud interpersonal surge por se, como si el amor produjera su propia disciplina. Una inmunidad al engaño nace desde dentro y nada les mueve el piso. El deseo afectivo se concentra en un solo punto con tal fuerza, que no hay cabida a las aventuras y nada los perturbará. Para ellos no hay sucursal ni desvíos: están en lo que están. Pero insisto, aquí la honestidad afectiva (aunque pueda ser racionalizada) no es producto del discernimiento, sino de la más antigua y limpia monogamia: “No me nace”.
Para otro tipo de enamorados (más hombres que mujeres), la honestidad requiere de nuevos ingredientes. Aquí la lealtad solo se logra a base de voluntad, esfuerzo y autodisciplina ascética tipo faquir. En este grupo, la persona leal no es insensible a los embates externos y a las tentaciones del diario vivir, sino que debe oponerse a ellos valientemente y por convicción.
En estos casos con el amor no basta. Pese a que se ame profunda y sinceramente a la pareja, el deseo ajeno sigue asechando peligrosamente y el impulso está vigente. Un descuido, la subestima, la subestimación del intruso o la sobre valoración de las propias fuerzas pueden ser suficientes para trastabillar. Y en las lides del amor, un tropezón casi siempre es caída.
Para las personas que aun amando se sienten tentadas por oferta afectivas, ser fiel es un acto de voluntad, decisión y tenacidad sostenida. Para ellos la fidelidad no es ausencia de deseo (lealtad afectiva), sino autocontrol y evitación a tiempo (lealtad mental). Firmeza en los principios y balance costo-beneficio: “No pondré en riesgo mi relación. No quiero y no se justifica”, “Lo que tengo vale la pena” o “No violare mis normas de conducta”. Independiente del móvil que se argumente, la clave está en no bajar la guardia. Cuando una persona atractiva nos coquetea y se acerca indiscretamente a los umbrales de nuestra vida, ojo. Si realmente quiero defender lo que he construido, debo mantenerla lejos. Cuanto más lejos, mejor. Pero si subestimo su poder y la dejo traspasar los limites una vez, ya la cosa se pone difícil. Si no quiero caer en la droga es mejor no probarla.
Para resumir, podríamos decir que para alejar esas tentaciones, la mejor fórmula es constancia permanente y amor al por mayor. Lo demás llega solo. Es verdad que nadie está exento, pero también es cierto que unos son más inmunes que otros.
La fidelidad es posible, si verdaderamente la practicamos como una forma de vida. Ser fiel no es cercenar las ganas o la atracción natural, sino poner a trabajar la corteza cerebral para mantener y defender la relación que hemos construido con amor. Es estar pendiente (alerta, vigilante) y cuidar, más allá de cualquier duda, aquello que vale la pena cultivar.
GOZA DE LA VIDA CON LA MUJER QUE AMAS…… (Eclesiastés 9:9)
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