La relación de amantes (estable, permanente y reiterativa) es la más fuerte de las estafas sentimentales y la que mayores consecuencias emocionales conlleva. Por definición, una relación extramatrimonial sostenida, necesariamente implica premeditación y malicia. El incendio esta fuera de control y arrasa con todo lo que se atraviesa en el camino. El problema es que el incendiario, sabiendo los daños producidos y pudiendo controlar el siniestro, le echa mas leña al fuego. No estoy disculpando la aventura casual y aislada, sino marcando una diferencia fundamental en la manera de ser infiel.
No hay nada más terrible que descubrir que la pareja que se ama abrió una sucursal afectivo/sexual a nuestras espaldas. Muy pocos eventos estresantes generan tantas repercusiones negativas y tan variadas. Marido, mujer, hijos, amigos, familiares, amado y concubina, todos se ven afectados y entran en el revolcón. No queda títere con cabeza.
La infidelidad es una de las principales causas de separación y de violencia intrafamiliar. Si tenemos en cuenta que la duración promedio de una relación extramatrimonial fluctúa entre uno o dos años, es fácil imaginar los desastres, las desventuras y los desmanes que pueden ocurrir en tanto tiempo. No hay cuerpo que lo resista ni frente que lo soporte.
Aunque el infiel también, sufre (culpa, miedo, reproches, inseguridad), la víctima del engaño lo hace mucho mas. Cuando se descubre la traición, aparece un enredo emocional difícil de precisar: depresión, resentimiento, ira hostilidad, ansiedad, decepción, venganza, envidia, soledad, aislamiento, frustración y una baja fulminante en la autoestima. La opción de no saber que pasa tampoco es muy halagüeña, porque de todas maneras se percibe el alejamiento afectivo y la frialdad de la pareja: la infidelidad, aunque no se vea, siempre se siente. Hay una sospecha encubierta: “Algo anda mal”.
Pero el efecto más importante es la ruptura de la confianza básica. El asombro de la mentira inesperada: “Ya no se si podré confiar nuevamente en ti” o ¿Como fuiste capaz de herirme así?
La certeza de estar con alguien confiable es fundamental para establecer cualquier vínculo interpersonal saludable. Los humanos necesitamos un tono emocional seguro para poder entregarnos verdaderamente y construir una buena relación de pareja. Si no obtenemos esa garantía primaría, el amor comienza a patinar. A esta sensación de sosiego y tranquilidad afectiva la llamamos confianza básica, y solo se puede alcanzar cuándo se cumplen algunas afirmaciones como: Estarás ahí cuando te necesite. Me protegerás cuando sea necesario hacerlo. Serás sincero en lo fundamental. Nunca, y en ninguna circunstancia, me harás daño intencionalmente.
Un compromiso de lealtad afectiva gira alrededor de estos elementos, los cuales suelen ser tácticos, no negociables y ni siquiera discutibles. Cuatro en vez de uno, cuando alguno de ellos no se cumple, estamos “durmiendo con el enemigo”. Cuando la persona amada nos decepciona, la consecuencia parece inevitable y natural: un rayón en el disco duro y una alteración en la confianza básica.
Algunas veces cuando el amor es mucho, optan por perdonar la típica aventura (aislada, inesperada, intrascendente), obviamente si no se repite. Otros, más ortodoxos, jamás la disculparían: no habría indulto posible. Dos posiciones, dos maneras de amar. No obstante, de lo único que estoy seguro, es que si la convicción y la seguridad de poder contar con el otro dejan de existir, el amor se vuelve insostenible.
De este modo debe amar el marido a su esposa:
como si ella fuera su propio cuerpo.
Porque el hombre que ama a su esposa,
a sí mismo se ama.
Porque nadie desprecia su propio cuerpo.
Al contrario, lo alimenta y lo cuida,
del mismo modo que Jesús
cuida de nosotros fielmente.
(Efesios 5: 28-29) BLS.
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