sábado, 21 de marzo de 2009

VOLVIENDO A DIOS...

http://3.bp.blogspot.com/_p8Omj9lIA_o/SOoX_OK6jhI/AAAAAAAAAEE/7S5-3QgAKvU/s400/man-praying.jpg

Existen muchas formas de irnos alejando de Dios. Los problemas nos llevan cual marea hacia dentro de un mundo que pocos conocemos, y del cual después nos cuesta mucho salir. La impaciencia por el mañana, las incertidumbres, nos hacen flaquear. Y en medio de tanto dolor, le echamos la culpa a nuestro creador de las situaciones que nosotros mismos hemos creado, a raíz de no buscar su rostro, y no buscar su guianza.

Volver a Dios, no es una serie de rituales, ni una serie de oraciones preconcebidas. No es una fórmula mágica. Es reconocer, que después de haberlo intentado todo, después de haber recorrido todos los caminos, no hay otra salida más que confiar en El. Lo cual debería ser nuestra instancia primordial, pero nuestro estado de humanos, nos lleva a confiar primero en nosotros mismos, sin saber que quien nos hizo, tiene todas las respuestas para nuestra vida.

Volver a Dios significa rendir nuestras vidas. No de manera humillante, ni de manera despreciativa. Es hacernos a un lado, decirle a El que tome el timón de nuestra barca. Es más, empezar a conocerle, darnos cuenta de su poder, entregarle nuestro corazón, nuestros anhelos y nuestros sueños, y dar pasos de su mano.

Pero quizás acá, es importante hacer notar que Dios, no es el ogro que nos han pintado con rayos en la mano... dispuesto a destruirnos cada vez que cometemos una equivocación. Tampoco es el hombre de negocios ocupado de los asuntos más cruciales del mundo. El que no puede voltearse a ver a una niña cuando esta en su dolor le pide por su madre que está sola. Dios es todo lo contrario.

Para volver a Dios hace falta el valor suficiente para tomar esa decisión. Enfrentar la vida creyendo en lo que no se vé... pero que evidentemente existe. Por la Fe... "es pues la fe, la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve" (Hebreos 11:1). Cuando somos niños, no nos preguntamos de donde vendrá nuestro alimento, nuestros padres terrenales lo proveen, y es así que tenemos cada día la certeza de que habrá un pan, un huevo, un plato de cereal sobre nuestra mesa. Ya ni preguntamos, nos subimos al banquito y nos lo comemos. Dios quiere que tengamos ese corazón de niños, para creer que cuanto pidamos, cuanto necesitemos, será provisto por él.

No estoy diciendo que nos volvamos fanáticos extremistas. Ni mucho menos que andemos hablando en cada esquina de cosas que no creemos. Es simple, es volver. Es entregarnos otra vez. Es perdonarnos a nosotros mismos por los errores cometidos y pedir perdón a nuestro Dios por cuanto hicimos incorrectamente. Dios es un Dios de nuevas oportunidades. Es la puerta abierta a una vida llena de paz y prosperidad.

Es por eso mismo que Jesucristo nos hacía la analogía con la parábola del Hijo Pródigo. Dios es como el padre amoroso, que no le importo ceder la mitad de todos sus bienes a su hijo, verlo caer hasta lo más bajo, y sentir el dolor de no tenerlo a su lado, por voluntad propia del hijo. Y sin embargo, cuando su hijo vuelve, el padre hace fiesta, hace lavar a su hijo, lo restaura, le pone túnica nueva y anillo de oro en su mano, y su amor permanece inmutable, a pesar de los errores de su pequeño.

Volver a Dios, es más cuestión de nosotros que de El mismo. La decisión está en nuestros corazones. Es un acto voluntario. Sabiendo que nada ni nadie nos podrá separar de ahi en adelante de su amor y su bondad.

Porque yo sé muy bien
los planes que tengo para ustedes
—afirma el Señor—,
planes de bienestar y no de calamidad,
a fin de darles un futuro y una esperanza.
Entonces ustedes me invocarán,
y vendrán a suplicarme, y yo los escucharé.
Me buscarán y me encontrarán,
cuando me busquen de todo corazón.
(Jeremías 29:11)NVI

1 comentario:

Anónimo dijo...

gracias amigo HENRY POR COMPARTIR CONMIGO LA PALABRA DE DIOS