domingo, 29 de marzo de 2009

SANANDO NUESTRAS HERIDAS...


Cuando las cosas no son como queremos, desearíamos tener la varita mágica para cambiarlas a nuestra manera y conveniencia. Cuando salimos de un hogar destruido, cuando estamos viviendo en medio de la presión de una deuda inmensa, cuando hemos sido abusados o maltratados, o simplemente, cuando llevamos en la vida heridas que no hemos podido sanar, corremos, nos apresuramos, queriendo sanar, lo más pronto posible el lamentable estado de nuestras vidas.


No nos damos cuenta que estas cosas suceden y sucedieron en un lapso de tiempo, quizás fueron años, meses o días, pero todas llevaron un "proceso para generarse", y por consiguiente, también requerirán de un "proceso" para ser regenerados.


Vivimos en un mundo acostumbrado a buscar las soluciones fáciles, las tarjetas de crédito nos proporcionan vivir un placer efímero, de obtener y tener, cuando en realidad lo que hacen es involucrarnos en adquirir nuevas deudas. La comida rápida que se ve tan apetecible, es a la larga una forma de destruir nuestros organismos. Es así también cuando buscamos salidas fáciles a nuestros problemas más radicales.


Esta semana tuve la oportunidad de enfrentarlo cuando mi mascota se vio dañada por el mordisco de un perro mayor que él. Sus heridas al principio estaban encubiertas, y no se notaba nada malo, pero al generarse una infección en las mismas empezaron a brotar malos olores y él empezo a degenerarse, a perder el hambre y a caer en letargo, que seguramente lo llevaba a la muerte.


Cuando la gente lo veía con sus heridas abiertas, y supurantes, lo hacían a un lado y hasta le tenían asco. El proceso de su sanidad ha sido largo y costoso. No ha sido fácil para él y tampoco ha sido fácil para mi. Limpiar cada herida, echar la medicina y aguantar sus mordiscos, sus llantos y su desánimo ha sido una tarea difícil, pero conforme va pasando el tiempo, y bajo la guianza de un médico, esas heridas han ido cerrando y sanando de la mejor manera. Ver al gatito restablecido de la mejor manera, ha sido un ejemplo para mí de lo que es la restauración en la vida nuestra.


Las heridas generadas por las circunstancias que nosotros elegimos en un principio, necesitan un proceso para ser sanadas. No podemos hacerlo del día a la noche. Y tampoco lo podemos hacer a nuestra manera, buscando soluciones temporales, o equivocadas que acumularan aún más daño en contra nuestra.


Es buscando la guianza de Dios, haciendo lo que es correcto (y no lo que nos conviene) que llegaremos a poder primero "poner un orden" en nuestras vidas, y en base a este orden tomar acciones prioritarias para sanar nuestras heridas. El es un padre amoroso que nos tomará, nos desinfectará, nos aliviará el dolor y nos hará salir como nuevos, aún de las circunstancias más adversas.


Vengamos pues y acerquémonos a quien si puede restaurar nuestras vidas. El irá poniendo los pasos a dar para salir de ese proceso. Demos pasos firmes, pequeños pero seguros, para saber que hay una esperanza, que sí se puede salir de los problemas, pero que seguramente, y si lo hacemos de la mejor manera (esto es buscando la sabiduría de Dios), habremos salido, no solamente restaurados, sino con lecciones de vida aprendidas y una mayor sabiduría para enfrentar los retos nuevos que se nos presenten.


No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo;
siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia.

Porque yo Jehová soy tu Dios, quien te sostiene de tu mano derecha,
y te dice: No temas, yo te ayudo.

Isaías 41:10, 13

(Colaboración Lorena Pérez)

sábado, 21 de marzo de 2009

VOLVIENDO A DIOS...

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Existen muchas formas de irnos alejando de Dios. Los problemas nos llevan cual marea hacia dentro de un mundo que pocos conocemos, y del cual después nos cuesta mucho salir. La impaciencia por el mañana, las incertidumbres, nos hacen flaquear. Y en medio de tanto dolor, le echamos la culpa a nuestro creador de las situaciones que nosotros mismos hemos creado, a raíz de no buscar su rostro, y no buscar su guianza.

Volver a Dios, no es una serie de rituales, ni una serie de oraciones preconcebidas. No es una fórmula mágica. Es reconocer, que después de haberlo intentado todo, después de haber recorrido todos los caminos, no hay otra salida más que confiar en El. Lo cual debería ser nuestra instancia primordial, pero nuestro estado de humanos, nos lleva a confiar primero en nosotros mismos, sin saber que quien nos hizo, tiene todas las respuestas para nuestra vida.

Volver a Dios significa rendir nuestras vidas. No de manera humillante, ni de manera despreciativa. Es hacernos a un lado, decirle a El que tome el timón de nuestra barca. Es más, empezar a conocerle, darnos cuenta de su poder, entregarle nuestro corazón, nuestros anhelos y nuestros sueños, y dar pasos de su mano.

Pero quizás acá, es importante hacer notar que Dios, no es el ogro que nos han pintado con rayos en la mano... dispuesto a destruirnos cada vez que cometemos una equivocación. Tampoco es el hombre de negocios ocupado de los asuntos más cruciales del mundo. El que no puede voltearse a ver a una niña cuando esta en su dolor le pide por su madre que está sola. Dios es todo lo contrario.

Para volver a Dios hace falta el valor suficiente para tomar esa decisión. Enfrentar la vida creyendo en lo que no se vé... pero que evidentemente existe. Por la Fe... "es pues la fe, la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve" (Hebreos 11:1). Cuando somos niños, no nos preguntamos de donde vendrá nuestro alimento, nuestros padres terrenales lo proveen, y es así que tenemos cada día la certeza de que habrá un pan, un huevo, un plato de cereal sobre nuestra mesa. Ya ni preguntamos, nos subimos al banquito y nos lo comemos. Dios quiere que tengamos ese corazón de niños, para creer que cuanto pidamos, cuanto necesitemos, será provisto por él.

No estoy diciendo que nos volvamos fanáticos extremistas. Ni mucho menos que andemos hablando en cada esquina de cosas que no creemos. Es simple, es volver. Es entregarnos otra vez. Es perdonarnos a nosotros mismos por los errores cometidos y pedir perdón a nuestro Dios por cuanto hicimos incorrectamente. Dios es un Dios de nuevas oportunidades. Es la puerta abierta a una vida llena de paz y prosperidad.

Es por eso mismo que Jesucristo nos hacía la analogía con la parábola del Hijo Pródigo. Dios es como el padre amoroso, que no le importo ceder la mitad de todos sus bienes a su hijo, verlo caer hasta lo más bajo, y sentir el dolor de no tenerlo a su lado, por voluntad propia del hijo. Y sin embargo, cuando su hijo vuelve, el padre hace fiesta, hace lavar a su hijo, lo restaura, le pone túnica nueva y anillo de oro en su mano, y su amor permanece inmutable, a pesar de los errores de su pequeño.

Volver a Dios, es más cuestión de nosotros que de El mismo. La decisión está en nuestros corazones. Es un acto voluntario. Sabiendo que nada ni nadie nos podrá separar de ahi en adelante de su amor y su bondad.

Porque yo sé muy bien
los planes que tengo para ustedes
—afirma el Señor—,
planes de bienestar y no de calamidad,
a fin de darles un futuro y una esperanza.
Entonces ustedes me invocarán,
y vendrán a suplicarme, y yo los escucharé.
Me buscarán y me encontrarán,
cuando me busquen de todo corazón.
(Jeremías 29:11)NVI

sábado, 14 de marzo de 2009

VOLVIENDO A EMPEZAR...

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La vida es un eterno ciclo de nuevas oportunidades. El fracaso se nos presenta la vuelta de la esquina, y muchas veces, este estigma no nos deja seguir adelante. Se ha tipificado, que si fracasamos, no hay vuelta atrás. El lamentable estado a seguir, es de hundirnos en una total depresión, y no seguir adelante. Tirar todo por la borda y desistir. Renunciar a nuestros sueños, y convertirnos en seres opacos y sin vida. Vivir por vivir, respirar porque se tienen pulmones, despertar porque es de mañana, los pies nos pesan y la vida nos pesa aún más.

Al día de hoy hay tantas oportunidades, en las cuales podemos caer. En nuestros negocios, en nuestras vidas personales. Muchas veces en los estudios, hay una amplia variedad de ocasiones en las cuales podemos fallar. De eso se trata la vida, de un continuo test de capacidades, para ver si se alcanza y se completa una meta fijada. Y no importa, cual sea la hazaña que querramos emprender, o la aventura que querramos tomar... siempre hay un miedo a fracasar, a caer, a no completarla. Muchas veces nos llega sin nosotros esperarlo.

El concepto anterior es visto desde los ojos del hombre, del humano limitado que no puede ver más allá de tres metros a la distancia. Cuando las fuerzas se acaban, ya no hay más que hacer. Son pocas las personas que se levantan y enfilan el camino de nuevo. Son pocos los héroes que han quemado sus barcos para retarse y animarse a caminar en lo incierto en busca de nuevos caminos.

Que difícil sería la vida si lo anterior fuese cierto. Si los humanos estuvieramos predeterminados a triunfar, y el que no triunfa es desechado por una sociedad perfeccionista, que solo aplaude a los ganadores, y no valora el esfuerzo hecho en el transcurso de llegar a la meta. Que absurdo sería pensar, que si no ganamos no vivimos.

Gracias a Dios por tener en él una respuesta diferente. Cuando conoces a Dios y tienes con él una relación personal te das cuenta, que el fracaso solo es el espejo para que veamos nuestras debilidades... sin embargo, también nos abre la puerta a confiar que detrás de nosotros y como respaldo hay un Dios inmenso que se perfecciona en nosotros cada vez que somos débiles. (1 Corintios 12:9).

Nos damos cuenta que la vida en Dios es una vida llena, abundante de nuevas oportunidades. Su palabra nos dice que cada mañana sus misericordias son nuevas. Traducido, a nuestra vida práctica significa que al año tenemos 365 nuevas oportunidades de intentarlo de nuevo. Claro, está la voluntad de que nosotros querramos levantarnos y volver a empezar. De desempolvar la armadura, gastada y abollada por los golpes de la vida, y ceñirla de nuevo, espada en mano para poder volver a pelear la batalla de la vida.

No importa cuan cansado estés... no es importante si la gente te ha llamado fracasado toda la vida. A Dios no le importa tu estado actual, le importa tu corazón, le importa que sepas que en él, puedes alcanzar todas tus metas y todos tus sueños. A Dios le interesas tú, con todo tu equipaje de buenos y malos momentos. Si te acercas a él, y le entregas tu vida, totalmente, con todos tus sueños frustrados y tus equivocaciones, el enderezará tu senda, y hará que veas días mejores en tu vida... Lavará tus heridas, alistará tus manos, aderezará tus pies y te alistará para que empieces a caminar de nuevo... de su mano, aferrado a él, reconociendo que no serán tus fuerzas las que te ayudarán a alcanzar el éxito, sino la gracia infinita de quien todo lo ha dado por tí.

Gracias a Dios, porque en él... podemos volver a empezar. No importa la edad, no importa el estado físico. En Él siempre hay una puerta abierta, para volver a soñar de nuevo.

Recuerda que ando errante y afligido,
que me embargan la hiel y la amargura.
Siempre tengo esto presente,
y por eso me deprimo.
Pero algo más me viene a la memoria,
lo cual me llena de esperanza:

El gran amor del Señor nunca se acaba,
y su compasión jamás se agota.
Cada mañana se renuevan sus bondades;
¡muy grande es su fidelidad!
Por tanto, digo:
«El Señor es todo lo que tengo.
¡En él esperaré!»

Bueno es el Señor con quienes en él confían,
con todos los que lo buscan.
Bueno es esperar calladamente
a que el Señor venga a salvarnos.

(Lamentaciones 3:19-26) NVI

colaboración de: Lorena Pérez