El Clérigo Thomas Fuller daba un sabio consejo:”Abre bien los ojos antes de casarte y mantenlos entreabiertos después de que te cases”. Pero parece que muchos mantienen sus ojos cerrados todo el tiempo. En el momento de desposarse, teniendo en cuenta la transcendencia de la decisión, se debería echarle más cabeza a la cuestión.
Sucede que la gente se equivoca mas casándose que comprando apartamento. Cuando invertimos en vivienda, tenemos en cuenta el poniente, el vecino, el impuesto predial, la valorización, el ruido, el registro y muchas cosas más. Pero si decidimos casarnos, el pensamiento se vuelve ofensivo, simplemente amamos y soñamos. El criterio de selección es afectivo: “Querer o no querer”. La determinación quizás mas importante de nuestras vidas, la dejamos librada al sentimiento. Adiós a la reflexión.
La experiencia demuestra que con el amor a ciegas no basta. Debemos tener, al menos, claridad en dos puntos fundamentales: Que tanto estamos enamorados, y que tanto nos conviene la relación. ¿De que sirve el amor si la convivencia es un desastre? Cuando se mira las estadísticas de parejas que se casan y en poco tiempo se divorcian, los índices son realmente altos y cada día se multiplica más. Curiosamente, pese al mal pronostico, se calcula que entre el 80 y el 90% de las personas se casan y alrededor del 75% volverían a hacerlo. Es decir, los divorcios son cada vez más y, al mismo tiempo, se sigue apostándole al matrimonio.
No es bueno que el hombre este solo, declara Dios en su palabra. El ser humano no fue creado para estar solo. Entonces, la pregunta que surge es: Al tomar la decisión de casarnos, ¿Por qué no lo hacemos bien?
Los noviazgos de antaño, tan estáticos, repetitivos y calentadores de sofás, impedían conocer a los futuros consortes. El acnedotario esta lleno de personas que descubrían, después de contraer nupcias, que la pareja ni siquiera era sombra de lo que parecía ser. Las sorpresas eran mayúsculas. En realidad los novios no se mostraban como eran. Había desconocimiento.
En la actualidad los jóvenes se “cuadran” de otra manera. Hay mucho más discernimiento. La otra persona ya no permanece tan oculta. Somos menos anónimos en las relaciones y la forma como se establecen los lazos permiten mayor compenetración. Esta libertad informacional y el destape emocional deberían hacer que la gente se equivoque menos que sus antecesores a la hora de elegir con quien, sin embargo, no es así. La curva de las decepciones postmatrimoniales sigue en aumento y más acelerada. Pero la causa ya no es un problema de ignorancia, sino de sobrevaloración afectiva.
Pensamos que el matrimonio todo lo puede. No importa que la persona que decimos amar sea egoísta, fría, insegura, “derrochona”, alcohólica, agresiva, poco ambiciosa, celosa o fracasada: “Todo es subsanable si nos casamos”. Al cubrirnos con el manto del amor conyugal, creemos que todo se diluye y desaparece. Desgraciadamente, el matrimonio nada tiene de milagroso o de mágico. Por el contrario, hay veces en que el efecto es amplificador. Las pequeñas carencias del noviazgo pueden multiplicarse por mil, a los tres o cuatro años de casados.
Conocer, entender después de una reflexión es el verdadero significado de hallar esposo(a), y seria bueno tenerlo presente a la hora de tomar la decisión de casarse.
Quizás, la mejor opción sea que la mente y el corazón hagan las paces. Dejar que la sensatez module el amor, sin perder el impulso, y hacer que la pasión se vuelva inteligente, sin olvidar la apasionante “locura” que le es propia.
Quien halla esposa halla la felicidad:
Muestras de su favor le ha dado el Señor.
(Proverbios 18:22)