La timidez se manifiesta en la dificultad para conducir con naturalidad y aplomo en situaciones sociales, como hacer uso de la palabra en público, entablar conversación con personas del sexo opuesto, hablar con el jefe y personas importantes, participar en una reunión, solicitar directamente un favor personal. El tímido es muy sensible a la crítica. Con facilidad se siente herido en sus sentimientos.
En una fiesta no hallará qué hacer, se siente incómodo. En vez de divertirse como los demás, se aburre conversando con alguna persona, aunque no sea de su agrado, aparentando que le interesa la plática.
Para perder este miedo escénico, es necesario que tomemos valor para hacer aquello que nos provoca este temor. Si nos da miedo hablar en público, por ejemplo, debemos aprovechar toda oportunidad que se nos presente para hacerlo. Aun cuando al comienzo no salgamos bien librados en este empeño, a medida que lo intentemos lograremos mejores resultados.
Es saludable que nos amemos y respetemos. Eso nos dará la confianza que necesitamos para relacionarnos con naturalidad con los demás. Recordemos decirnos: “Nadie es superior a mi”. Nadie es inferior a mi”. Miremos a los ojos y sonriamos cuando hablemos con otras personas. Mantengamos la barbilla ligeramente en alto. No bajemos ni desviemos la mirada.
Si en una conversación no hallamos qué decir, hagamos preguntas que animen a nuestro interlocutor a referirse a cosas de su interés. Escuchemos con atención a quien nos habla. La gente valora más a los que saben escuchar que a los que hablan mucho. Recordemos: “El arte de conversar es, ante todo, el arte de escuchar”.
No temamos equivocarnos, decir algo impropio o inoportuno. Ningún ser humano es perfecto. Todos “Metemos la pata” de vez en cuando. Seamos capaces de reírnos de nuestros propios errores y traspiés. No tomemos todo como cosa de vida o muerte, ni hagamos una montaña de un granito de arena.
Aceptémonos a nosotros mismos. Reconozcamos que es natural que tengamos algunas limitaciones. La aceptación de nosotros mismos no es conformarnos con lo que somos. Es el punto de partida para emprender, sobre una base real, un programa de desarrollo personal, buscando el fortalecimiento de nuestras cualidades y la superación de nuestras debilidades y limitaciones.
Nos dice Dios en su palabra:
Soy yo mismo el que los consuela y ayuda…
¿Quién eres tú, que temes a los hombres,
a simples mortales, que como hierba son tratados?
(Isaías 51:12)NVI.
¿Quién eres tú, que temes a los hombres,
a simples mortales, que como hierba son tratados?
(Isaías 51:12)NVI.