domingo, 17 de octubre de 2010

COMO LA NIEBLA...

Su vida podría medirse en el tiempo así: treinta y seis años de vida común, a la manera de la inmensa mayoría de los seres humanos; dos semanas de ardiente esperanza; treinta minutos de frenética alegría; diez segundos de terror; y en el siguiente instante, la muerte.


Lucía Pontini, de Milán, Italia, murió en un choque de automóvil cuando iba a todo escape a cobrar el gran premio de la lotería: tres millones de dólares. Su cuñada, Gabriela Rossini, comentó: Ella se puso sobresaltada con el premio, y corrió a cobrarlo. ¿Quién hubiera imaginado que ese era el principio de su fin?

Hubo aquí dos fuertes pérdidas. La primera, la de menos importancia, fue la del premio de la lotería; la segunda, la pérdida de un ser querido, mujer joven, esposa, y madre de tres hijos. Lo que queda para reflexionar es la pregunta de Gabriela: ¿Cómo íbamos a saber que esa dicha de ganarse la lotería iba a ser el principio de su fin?

Esta vida es lo más inseguro que tenemos. Nunca sabemos lo que el siguiente momento puede traer. Hacemos nuestros planes. Confiamos en promesas. Ciframos todas nuestras esperanzas en el tiempo presente, y cuando menos pensamos, nuestra vida entera se viene abajo.

El apóstol Santiago escribe en su carta universal: Ahora escuchen esto, ustedes que dicen: `Hoy o mañana iremos a tal o cual ciudad, pasaremos allí un año, haremos diligencias y ganaremos .' ¡Y eso que ni siquiera sabe qué sucederá mañana! ¿Qué es su vida? Ustedes son como la niebla, que aparece por un momento y luego se desvanece (Santiago 4:13 14).

Nada en este mundo debe ser más importante que Dios en nuestra vida. Llega a ser un ídolo cualquier cosa a la que le demos más importancia que el señorío de Cristo. Y los ídolos todos se acaban. La única esperanza que es viva, permanente y segura es la que ofrece Cristo. Podemos tener la seguridad absoluta de que al morir iremos a estar en la presencia del Señor. Con esa seguridad cualquier pérdida en este mundo tiene poca importancia.

Él nos garantiza su amistad y su protección. Y nos garantiza, además, un lugar en la eternidad. Por más importante que nos sea este mundo, cuando Cristo es nuestro Señor lo demás pierde su valor. Con Cristo cada día es un día seguro, porque el final es vida eterna.

Cristo ha prometido estar con nosotros siempre, hasta el fin del mundo (Mateo 28:20).

ESTA EN NOSOTROS...

Hace muchos años, había un hombre en una ciudad de Oriente. Un hombre que una noche caminaba por las oscuras calles llevando una lámpara de aceite encendida. La ciudad era muy oscura en las noches sin luna como aquella. En determinado momento, se encuentra con un amigo. El amigo lo mira y de pronto lo reconoce Se da cuenta de que es Guno, el ciego del pueblo entonces, le dice: ¿Qué haces Guno, tú ciego, con una lámpara en la mano? Si tú no ves…

Entonces, el ciego le responde: -Yo no llevo la lámpara para ver mi camino. Yo conozco la oscuridad de las calles de memoria. Llevo la luz para que otros encuentren su camino cuando me vean a mí… No sólo es importante la luz que me sirve a mí sino también la que yo uso para que otros puedan también servirse de ella.

¿No sabes que alumbrando a otros, también me beneficio yo, pues evito que me lastimen otros que no podrían verme en la oscuridad?-
Cada uno de nosotros puede alumbrar el camino para uno y para que sea visto por otros, aunque uno aparentemente no lo necesite.

Alumbrar el camino de los otros no es tarea fácil, muchas veces en vez de alumbrar, oscurecemos mucho más el camino de los demás. ¿Cómo? A través el desaliento, la crítica, el egoísmo el desamor, el odio, el resentimiento…¡Que hermoso sería si todos ilumináramos los caminos de los demás, sin fijarnos si lo necesitan o no!. Llevar luz y no oscuridad. Si toda la gente encendiera una luz, el mundo entero estaría iluminado y brillaría día a día con mayor intensidad.

Luz, demos luz. Tenemos en Jesús el motor que enciende cualquier lámpara, la energía que permite iluminar en vez de oscurecer. Está en nosotros saber usarla. Está en nosotros ser Luz y no permitir que los demás vivan en las tinieblas.

Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. (Juan 8:12)